Crítica hacia LITTLE ASHES

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ESTRENOS
Little Ashes, lastimoso desperdicio


Photos Por RENE JORDAN
Crítico de cine/El Nuevo Herald
En la Residencia de Estudiantes de Madrid, allá por 1922, Federico García Lorca y Salvador Dalí vivieron tórrido idilio veraniego bajo la homofóbica desaprobación de Luis Buñuel, que se llevó al pintor a París para apartarlo de invertidas tentaciones, mientras que el rebelde poeta andaluz desafió a las huestes fascistas y fue ejecutado por órdenes de Franco. Al menos eso dice Little Ashes, en semipoético tono de fantasía chismográfica.

El guión de Philippa Goslett oyó campanas y no sabe donde, luego se dedica a tergiversar los hechos, tomándose amplias libertades históricas y cronológicas para tejer rumores con caprichosas agujas. Los increíbles diálogos se pronuncian en titubeante inglés, como si los actores repitieran de memoria textos no muy bien aprendidos. De principio a fin, la película es tan falsa que resultaría risible si no fuera insultante.

Temo picar la curiosidad hacia este vodevil al citar la típica insinuación semiporno de una secuencia en que Marina Gatell, la persistente enamorada de Lorca, lo agrede desnuda para obligarlo a perder la virginidad heterosexual, mientras que Dalí, oculto en una esquina del cuarto, observa la acción masturbándose en cuatro patas. Francamente, no hay derecho de inventarles espurios deslices a célebres difuntos sin posibilidades de pleitear por difamación.

Little Ashes es lastimoso desperdicio porque visualmente es muy atractiva en sus paisajes y en la rigurosa dirección artística donde hasta los telefonitos de época requieren mayor fidelidad y atención que las sintéticas emociones de los triangulados protagonistas. Paul Morrison revela agudo sentido estético para iluminar y amueblar lo que no pasa de lindo almanaque de bisutería.

Javier Beltrán hace un Lorca sin calor, pero siquiera elude el ridículo en que se regodea Robert Pattison, el erótico vampiro de la serie Twilight, aquí en la apoteosis del despiste. Ataviado con camisas de volantes y encasquetado por grotescas pelucas, desorbita los ojos y declama sus parlamentos como fugitivo del manicomio de Cadaqués. A última hora, luce y desluce el simbólico bigotito de Dalí, posado en su labio superior como estilizado manubrio a punto de prender vuelo. El juvenil Pattison se metió en esto hace algún tiempo y en el colmo de la inexperiencia, pero Morrison lo desfigura en una actuación de pésima antología.

Morrison y Goslett escenifican la época con entusiasmo vodevilesco y la evocación del frívolo París, con borbotones de champán y danzarinas de Can-Can, es digna de inmortal parodia, como el resto de lo que Little Ashes le atribuye a Lorca-Dali-Buñuel. Si es verdad que los muertos salen, que se cuiden los cineastas de visitas nocturnas por parte de los injustamente aludidos.•

Si que les han dado duro!!