Vampiros y hombre lobo: especie en extinción

Kate Beckinsale, digna de ser admirada hasta por las de su mismo sexo, siempre ha sido la excusa para ver la saga Inframundo, en cuya cuarta parte la vampira Selene es una fugitiva que lucha por su supervivencia.



Cuando se estrenó la primera Inframundo en 2003, probablemente Stephenie Meyer estaba todavía fajada con el teclado en la redacción de la primera novela de Crepúsculo, que se publicaría en 2005. Una guerra de mafias entre vampiros y hombres lobos, a años luz de la calva de Max Schrek en Nosferatu (1922) o del frac con olor a naftalina de Christopher Lee en Drácula (1958) ­ahora el combate era de balas de plata dirigidas por los primeros hacia los segundos, y de balas de luz ultravioleta en sentido inverso­, intentaba modernizar los mitos de chupadores de sangre a la época de Armani y los cocteles de diseño. Hasta los glóbulos rojos, servidos en bolsitas como de chupichupis, se disimulaban con algo de vergüenza bajo las luces de neón.

Al frente, con lentes de contacto fluorescentes, estaba la inglesa Kate Beckinsale, tan capaz de figurar entre las actrices más bellas y elegantes del mundo como de las menos cálidas o expresivas, embutida en cuero y tejidos sintéticos oscuros. Lo que parece banal, pero puestos a hablar con toda franqueza, ha sido sin duda la gran promesa visual de la saga.

El póster que hace la diferencia entre el ticket de cine comprado y el billete que se queda en la cartera. Beckinsale es hermosa cuando apunta con dos pistolas Beretta. Su cintura también.

Cuando ella no estuvo con toda su neblinosa clase londinense en una tercera parte de 2009, que usó el recurso de retroceder "adonde se originó todo", las finanzas crujieron.

La industria cinematográfica es caprichosa. La saga Blade, con Wesley Snipes en plan de ambiguo cazavampiros, seguramente recibió comentarios más auspiciosos de los críticos de cine que cualquier componente de Inframundo, pero no sobrevivió más allá de la tercera parte de 2004. Con Beckinsale de nuevo como Selene y el flotador de la técnica de 3D, la guerra de injertos de murciélagos y lobos sobrevive hasta su cuarta parte, Inframundo: el despertar, dirigida por la pareja debutante de Mans Marlind y Björn Stein, quizás no tan casualmente provenientes de Suecia, donde se hizo una de las mejores películas contemporáneas de vampirismo: Déjame entrar (2008) de Tomas Alfredson.

Cuando a una actriz de 38 años de edad le ponen como madre de otra de 18, debe empezar a preocuparse. Si Amanecer de la saga Crepúsculo tiene a su Renesmee (la niña fruto del embarazo que dejó en el hueso a Bella Swan), en Inframundo 4 nace la telepática Eva. Conocida en el laboratorio como Sujeto 2 e interpretada por la adolescente India Eisley, es la hija híbrida de Selene, que dio a luz de manera inconsciente en una cámara criogénica mientras científicos humanos intentaban encontrar en ella el antídoto para acabar definitivamente con la plaga de vampiros y hombres lobos, especies ahora en franco peligro de extinción (en realidad hay un complot para acabar en específico con una de ellas). Los nuevos poderes de Selene le permiten, entre otras cosas, exponer su piel de porcelana al sol. Explicar o gastar muchas neuronas en el argumento es ocioso. Inframundo es una película para no pensar demasiado: una glamorosa cotufa visual en colores fríos, aunque con bastante más sangre que sus tres antecesoras.

Fuente El-Nacional

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